Por años, muchos empleados de grandes empresas han trabajado desde su casa. Pero normalmente, para lograrlo, tenían que rogar, o al menos negociar con sus jefes. Ahora, el trabajo remoto cada vez más es idea del jefe.
A medida que avanza la recesión, las empresas buscan formas de ahorrar en gastos inmobiliarios, de forma que lo que antes era un beneficio otorgado al empleado, se está convirtiendo en una necesidad. Incluso se le vende al empleado, con extras como un nuevo Blackberry, una nueva portátil, Internet de alta velocidad gratis, muebles para su oficina hogareña y dinero para remodelarla. La reacción de estos va desde el éxtasis hasta la confusión.
No siempre es fácil convencer a los gerentes, pues cuentan con una larga lista de objeciones: se convertirán en adictos al Facebook, ignorarán a los clientes, etc. Pero están entendiendo que dejar a su gente trabajar donde y cuando quieran puede prevenir despidos.
Para el empleado, trabajar desde la casa implica cambio de hábitos (qué hacer en la hora adicional disponible, al no tener que conducir hasta la oficina) y una especie de aumento de sueldo (gracias al ahorro en gasolina, comida, deterioro del vehículo). Adicionalmente, hay un aumento de la productividad, ya que se evita las interrupciones de sus colegas.
No se espera que desaparezcan las oficinas corporativas, pero los tiempos difíciles están acelerando esta especie de remodelación digital. Muchas empresas están diciendo adiós a las “granjas” de cubículos, paredes fijas y salas de conferencia estáticas, para dar paso a paredes deslizantes, muebles movibles y mucho espacio relajado.
El espacio se está asignando por función, no por título. Los metros cuadrados se distribuyen por presencia en la oficina, y no por rango. Se promueve el trabajo en equipo, en lugar de la oficina individual. Pero algo nunca cambiará: la oficina seguirá siendo el sitio para las reuniones, colaboración, y por supuesto, los rumores.
Fuentge Original: BusinessWeek Magazine