miércoles, 6 de octubre de 2010

Un Rey Midas en ciernes


Un día de 1965, cuando trabajaba yo como bibliotecaria en la escuela View Ridge, de Seattle, una maestra de cuarto grado fue a verme. Me dijo que uno de sus alumnos siempre terminaba sus obligaciones antes que los demás, y que necesitaba algún quehacer estimulante; se le había ocurrido que quizá pudiera yo dárselo en la biblioteca. "Esta bien, mándame al chico" le respondí.

Al poco rato se presentó un niño delgado y rubio, vestido con una camiseta y pantalón de mezclilla, y me preguntó si tenía trabajo para él.

Me puse a hablarle un poco del sistema decimal de Dewey, que se utiliza en las bibliotecas para ordenar los libros en las estanterías, y él comprendió la idea al instante. Luego le mostré un rimero de tarjetas de libros supuestamente prestados, cuya fecha de devolución había vencido desde hacia mucho; yo sospechaba que sí se habían devuelto, pero que estaban guardados en anaqueles que no les correspondían, con tarjetas equivocadas.

Había que encontrarlos. "¿Es como un trabajo de detective?" me preguntó el chico. Le dije que sí, y en el acto se transformó en un implacable sabueso.

Cuando había encontrado tres de los libros, su maestra abrió la puerta para avisarle que era hora de salir a recreo. El chico dijo que quería quedarse hasta terminar el encargo, pero la maestra arguyó que le hacia falta aire fresco, y él obedeció.

Al día siguiente llego antes de la hora de entrada a clases. "Quiero acabar de encontrar esos libros", me dijo. Al final de la jornada me pidió que lo aceptara como ayudante permanente, y accedí con gusto. Era un trabajador incansable.

Una semana después encontré en mi escritorio una invitación suya para cenar en su casa. Al termino de una agradable velada, su madre me comunico que pronto iban a mudarse a otro distrito escolar, y que la principal preocupación de su hijo era dejar la biblioteca. "¿Quién buscará ahora los libros perdidos?", pregunto él.

Cuando llego el día de la partida, le dije adiós con gran pesar. Al principio me había parecido un chico común y corriente, pero resulto extraordinario por el celo que ponía en su trabajo.

Lo eché de menos, pero no por mucho tiempo. A los pocos días volvió a la biblioteca y, desbordante de alegría me dijo: "Como la bibliotecaria de la otra escuela no deja que los niños trabajen con ella, mi mamá arreglo que me cambiaran otra vez a esta escuela. Mi papá me traerá de camino a su trabajo. ¡Y si no puede, vendré a pie!".

Debí tener el presentimiento de que la férrea determinación de aquel muchacho lo llevaría lejos, pero lo que jamas podría imaginarme es que llegaría a ser uno de los artífices de la Era de la Información: Bill Gates, magnate de Microsoft y el hombre mas rico de Estados Unidos. 
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