Hay ocasiones en que el trabajo que desempeñamos no tiene un nombre tan rimbombante como otros y eso, bien podría hacer que se sienta desprecio por el mismo.
Pero que pasa cuando se nos ocurre describir -o nombrar- de una manera “especial” a ese trabajo que, además de hacerlo con gusto y dedicación, vendría a ser una manera decente de ganarse el dinero.
Hace algunos años, entrevistando a un chico para una vacante que teníamos en la empresa, me llamo la atención el único trabajo que había desempeñado con anterioridad; el joven lo describió con funciones como compras, responsabilidad en transacciones diarias en efectivo, y el mantenimiento de la moral, la presteza y el bienestar general del personal de toda una oficina.
Los hechos: simplemente iba por el café. Lo contraté de inmediato.
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El conserje de un edificio de condominios de lujo de Manhattan, que hacia gala de buenos modales y había establecido con los propietarios una excelente relación personal, ocasionalmente era invitado a las fiestas de estos últimos.
En una de esas reuniones con próspera gente de negocios, el conserje, vestido apropiadamente para la ocasión, fue inquirido acerca de su oficio. Al momento, para deleite del anfitrión, causo una favorable impresión entre los invitados al explicar:”Soy consultor en el área de control de acceso”.