Jorge, es un joven contador, esposo y padre de familia. Desempleado por mas de tres meses después de haber sido despedido "por no cubrir los requisitos de la nueva dirección" de la organización para la que laboro durante mas de seis años.
Ahora, en su nuevo trabajo, Jorge está preocupado. Su jefe le ha comentado que manejan tres estados financieros: uno para cuestiones fiscales, otro para los bancos y un tercero para fines gerenciales.También le indico que en ocasiones las ventas reales y las declaradas fiscalmente difieren considerablemente entre sí, lo que es considerado “normal, por tratarse de ventas a clientes informales, muchos de los cuales han crecido junto con la empresa.”
Jorge se da cuenta que lo que se está haciendo no es correcto y se siente mal por tener que trabajar de esa manera. Sus principios así se lo indican. Su jefe le comenta que no tiene porque sentirse así puesto que el “no trabaja para el gobierno, sino para la empresa”. Además “no se pueden perder negocios por principios. La empresa vive de las ventas, no de los cuentos”. Agregando -a manera de justificación- que “siempre ha sido así y si no les vendemos nosotros, otros lo harán.”
Situaciones como la descrita es común en algunas organizaciones de pequeño y mediano tamaño. Personas honestas como Jorge, pasan por una desarmonía y tensión interna por tener que aceptar un comportamiento que entra en conflicto con su forma de ser.
Jorge se encuentra en una disyuntiva: buscar otro trabajo o cambiar su principios. De ser lo último, tendría que dejar de creer que “los evasores son los informales” y no la empresa para la que ahora trabaja.
El actuar de esta manera es eticamente incorrecto y, además de ser una defraudacion fiscal, contribuye a ocultar o disfrazar el origen ilícito de recursos de los clientes.
Mantener este tipo de proceder genera una doble ética en el personal que la realiza, al tener estos que atender a clientes evasores de impuestos, justificándolos como si fueran “informales” y por otro lado que se les exija transparencia en el desarrollo de sus actividades.
Por eso no es de extrañar cuándo se escucha en el medio sobre la alta incidencia de fraudes y quebrantos que suceden en algunas empresas y es que "no se puede caminar en el fango sin ensuciarse los pies".