Esta orientación sostenía que los consumidores preferían productos que ofrecieran la mejor calidad, funcionalidad y rendimiento.
Por consiguiente sugería que la empresa se debiera fundamentalmente a la innovación continua de sus productos.
En muchas empresas se consideraba que las modificaciones constantes de sus productos incrementaban automáticamente las ventas.
El ejemplo clásico de este enfoque es el caso del señor Woolwoorth, presidente de una compañía de trampas para ratones quien siguió el consejo de unos amigos los cuales le aconsejaron “producir la mejor ratonera”.